Editorial.
UNA OPORTUNIDAD MÁS
¿Cómo expresar y dejar ver ese
algo que nos atrapa y no deja ver quiénes somos? ¿Por qué luchar contra ese
algo que jamás lograremos destruir? No todos los días nos miramos fijamente en un
espejo y nos transportamos a una fase inconsciente donde sólo estoy yo contra el yo, esa conexión inseparable, muchas veces dominante que nos negamos a mostrar, que
se impone a nuestra imagen usual.
Lo anterior no es una reflexión
filosófica ni nada por el estilo (aunque no esta tan lejos de serlo) es un
simple análisis y cuestionamiento que surge tras leer el texto titulado Borges y yo, donde el
escritor argentino muestra sus dos caras, la de Borges el famoso literato que
con sus obras justifica la existencia del yo, y ese otro lado que se
niega a ser conocido, que se “deja vivir” y al cual Borges le debe todo. Al
analizar en clase minuciosamente el escrito, desligando cada parte,
determinando cada palabra, cuestionándonos frase por frase; descubrimos que el
ejercicio de Borges había logrado, lo
que para muchos es imposible y complejo, pues hablar de uno mismo, de ese yo que
supuestamente conocemos, no es tan fácil como parece.
Surge así la segunda parte del
ejercicio, la docente nos propuso realizar un escrito similar, donde
plasmáramos ese alguien que mostramos a diario, pero que, de la misma forma, liberáramos un rato a nuestro yo oculto, el que por un momento se apoderaría de
nosotros para dar rienda suelta a la escritura de nuestros sentimientos. Es ahí, donde el espejo cumplió una
función especial, pues permitía encontrarnos con nosotros mismos, transportando
nuestra mente al más recóndito interior donde convive insatisfechamente, esa
parte de nosotros que impide mostrar quiénes somos.
Una vez más el lápiz y el papel
fueron la salida de escape y desahogo para muchos estudiantes que vieron en el
ejercicio la oportunidad para mostrar quién en realidad es cada uno. Este sorprendente ejercicio permitió expresarnos de una manera única,
es más, muchos aseguraron que al escribirlo les movió la fibra, hasta una que
otra lágrima sacó, valga resaltar que no todos los escritos logran esto.
Para sorpresa de la docente y
estudiantes, el ejercicio en los grados onces permitió ver a varios yo, con
facetas distintas. Apasionados, impulsivos, soñadores, pensantes, distraídos,
perezosos, reprimidos, arriesgados, aficionados a la escritura, poesía y
filosofía, sensibles, que no les importa el que dirán, hasta con gustos
extraños , muchos de ellos coincidieron en mostrar la imagen que reflejaban usualmente como posesiva, caprichosa, presumida, antipática, fuerte, racional,
orgullosa, sin sentimientos, aferrada a una vida material donde todo es
efímero, donde no se vive con tranquilidad, y donde no se da la oportunidad de
vivir las experiencias; en fin, se comprobó que el yo ama y odia nuestra
imagen, pero más la segunda que la primera, pues es por esta posesión que nos ha vuelto seres frío, que no se dan la
posibilidad de expresarse libremente y que ocultan muchas cosas que a gritos
piden ser contadas. El mismo yo que nos regaña, reprocha y acompleja.
Entre tanto, el ejercicio nos hizo
escribir con el alma, mostró nuestra parte literaria, poética, filosófica,
cruda y realista que conllevan a un sólo sentimiento, no todos los días se
logra con éxito una introspección desde los más profundo de nuestro ser, ¿Qué
somos? ¿Qué mostramos o qué aparentamos ser? Son algunas de las preguntas bases
que nos debimos hacer. No resta más que ratificar nuestra satisfacción al poder
desahogarnos por el mejor y más cobarde medio, que ya varias veces ha logrado
su objetivo, sin duda, describir desahoga el alma.
Danna Ruiz Peña