domingo, 15 de septiembre de 2013

Editorial
ENTRE RABIA Y DESILUSIÓN 
Los de este lado, los que viven la realidad, los que son conscientes de sus actos y ven a pocos pasos el cumplir sus sueños, no hacemos más sino lamentarnos, una mala semana no significa una mala vida, de eso somos conscientes, pero estamos hasta la coronilla, llegamos a un punto donde se pierde el equilibrio, nos lleva a la descompensación y a odiarlo todo.

No exageramos ni pretendemos que las cosas cambien porque sabemos que no ocurrirá. Esta semana, como ya lo saben, es el cierre del tercer periodo, un cierre parcial, por así decirlo, pues falta la semana de recuperación que promete ser menos alentadora. La situación está grave, según ustedes, nuestros pacientes docentes, que miran de manera crítica el porvenir de la promoción y están en lo cierto, hablan de una tasa de mortalidad (palabra que repiten 5 de cada 7 clases)  alta y preocupante para ustedes y aunque no lo crean, para nosotros también.

Esta semana no fue fácil, ya se perdió la cordura, a pocos docentes les queda compasión y la paciencia es un privilegio de pocos. De este lado existe un selecto grupo que cada día amanece sin querer venir a clases, el desgano se apodera de nosotros porque aseguramos o más bien pronosticamos que cada día será igual o en su defecto peor. Las clases se han vuelto más monótonas de lo usual, antes (porque me incluyo), nos gustaba venir al colegio, aprovechar cada momento,  pero caímos en la trampa de no imprimirle pasión a lo que hacemos, de tan sólo cumplir, limitarnos a escuchar una clase que no disfrutamos, muchos preferimos dejar que nuestra mente escape, mientras nuestro cuerpo permanece escuchando reclamos y lecciones vacías.

A estas alturas del partido, ya no le metemos un gol ni al “arco iris”, pésima la expresión que a ratos dice una docente, que al parecer no le importa mucho la situación de los estudiantes, la misma que ve como todo un salón pierde la materia y no se preocupa por preguntarse qué le ocurren a “buenos y malos” estudiantes, porque en esta clase no hay distinción, y así preguntara no contestaríamos por miedo o rabia.

A este grupo, al que no le da igual las cosas, le molesta escuchar los gritos y regaños hacia los indisciplinados, los mismos que van perdiendo el año y no les preocupa en lo absoluto, eso también nos da indignación, pero de ellos envidiamos su poca preocupación o el aparentar no sentirla, ojalá a nosotros no nos importara ir mal en una materia, envidiamos su insensatez, su despreocupación, su “todo me da igual”.


En este punto del recorrido queremos renunciar, cumplir nada más, las clases seguirán, los profesores serán los mismos; vivimos en una época donde se pierde la gracia a lo que hacemos, donde el esfuerzo no vale mucho y el querer no lo es todo. Mientras tanto seguiremos desahogándonos entre nosotros, preguntándonos qué pasó, por qué las cosas no salen como queremos, por qué once no fue lo que esperábamos, por qué no disfrutamos nuestro último año, así seguiremos soportando estos meses, poniendo cara amable, mientras este selecto grupo sólo espera ponerse esa toga, recibir un cartón y decir adiós.