Editorial
ENTRE RABIA Y DESILUSIÓN
Los de este lado, los que viven
la realidad, los que son conscientes de sus actos y ven a pocos pasos el
cumplir sus sueños, no hacemos más sino lamentarnos, una mala semana no
significa una mala vida, de eso somos conscientes, pero estamos hasta la
coronilla, llegamos a un punto donde se pierde el equilibrio, nos lleva a la
descompensación y a odiarlo todo.
No exageramos ni pretendemos que
las cosas cambien porque sabemos que no ocurrirá. Esta semana, como ya lo
saben, es el cierre del tercer periodo, un cierre parcial, por así decirlo,
pues falta la semana de recuperación que promete ser menos alentadora. La
situación está grave, según ustedes, nuestros pacientes docentes, que miran de
manera crítica el porvenir de la promoción y están en lo cierto, hablan de una tasa de
mortalidad (palabra que repiten 5 de cada 7 clases) alta y preocupante para ustedes
y aunque no lo crean, para nosotros también.
Esta semana no fue fácil, ya se
perdió la cordura, a pocos docentes les queda compasión y la paciencia es un
privilegio de pocos. De este lado existe un selecto grupo que cada día amanece
sin querer venir a clases, el desgano se apodera de nosotros porque aseguramos
o más bien pronosticamos que cada día será igual o en su defecto peor. Las
clases se han vuelto más monótonas de lo usual, antes (porque me incluyo), nos
gustaba venir al colegio, aprovechar cada momento, pero caímos en la trampa de
no imprimirle pasión a lo que hacemos, de tan sólo cumplir, limitarnos a
escuchar una clase que no disfrutamos, muchos preferimos dejar que nuestra
mente escape, mientras nuestro cuerpo permanece escuchando reclamos y lecciones
vacías.
A estas alturas del partido, ya
no le metemos un gol ni al “arco iris”, pésima la expresión que a ratos dice
una docente, que al parecer no le importa mucho la situación de los
estudiantes, la misma que ve como todo un salón pierde la materia y no se
preocupa por preguntarse qué le ocurren a “buenos y malos” estudiantes, porque
en esta clase no hay distinción, y así preguntara no contestaríamos por miedo o
rabia.
A este grupo, al que no le da
igual las cosas, le molesta escuchar los gritos y regaños hacia los
indisciplinados, los mismos que van perdiendo el año y no les preocupa en lo
absoluto, eso también nos da indignación, pero de ellos envidiamos su poca
preocupación o el aparentar no sentirla, ojalá a nosotros no nos importara ir
mal en una materia, envidiamos su insensatez, su despreocupación, su “todo me
da igual”.
En este punto del recorrido
queremos renunciar, cumplir nada más, las clases seguirán, los profesores serán
los mismos; vivimos en una época donde se pierde la gracia a lo que hacemos, donde el
esfuerzo no vale mucho y el querer no lo es todo. Mientras tanto seguiremos
desahogándonos entre nosotros, preguntándonos qué pasó, por qué las cosas no
salen como queremos, por qué once no fue lo que esperábamos, por qué no
disfrutamos nuestro último año, así seguiremos soportando estos meses, poniendo
cara amable, mientras este selecto grupo sólo espera ponerse esa toga, recibir
un cartón y decir adiós.